domingo, 29 de junio de 2014

Realidad: Verdad 3


Odiaba mudarme, no porque tuviera una especie de afección a los lugares donde me quedara, era más bien el hecho que conllevaba cambiar de casa.
Empacar cientos de cajas, que en mi lugar no serían tantas, ponerlas dentro de un camión, en este caso un automóvil; y luego viajar hasta casi al otro lado del país y esperar que todas tus pertenencias llegaran en una sola pieza. Si es así, serás considerado el siguiente Mesías; si no, prepárate para un día entero de dolores de cabeza.
Por mi parte, el mayor problema con el que me encontré fue con que una taza de porcelana se había rato.
Ya llevaba un par de semanas en la ciudad; conocía algunas calles, pero todavía me perdía, por lo que salí unas cuantas veces más hasta memorizarme al menos las avenidas importantes y atajos para llegar a ellas, algunas veces en autobús y otras caminando. Casi no tomaba el auto, la gasolina es cara, y yo no era precisamente millonaria, tampoco era una pobretona miserable, pero tenía que administrar bien mi dinero.
Estaba a la mitad de uno de mis recorridos a pie cuando pasó. El día en que me encontré con aquel extraño niño.


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